De viaje por Birmania con "Supernómadas"

19, 03, 2018

Oskar Vallés (en la foto) es lo que se llama un culo inquieto. Siempre ha estado de aquí para allá. Siempre viajando. Por trabajo, por placer o por lo que sea, no importa. Y lo mejor, le gusta, le encanta, lo lleva en la sangre. El movimiento forma parte de su condición natural. Por ese motivo creó la startup Supernómadas.


La chispa

Empecé trabajando en eDreams cuando todavía era un proyecto. Coordinaba a unos 300 guías repartidos por todo el mundo, especializados en destinos y temáticas (surf, observación de aves, fiestas...). Ahí me entró en gusanillo. Saltó la chispa. Hablabas con ellos y te entraban ganas de ir a verlos y a ver lo que te explicaban.

Luego trabajé en Inditex y me tocó visitar muchas oficinas por todo el mundo, sobre todo en Asia. Era un trabajo intenso, pero me permitía conocer gente muy diferente. Y aprendes un montón. Sales de tu burbuja. Te das cuenta que hay cosas que son muy importantes para ti, pero que para otro no existen. Ni siquiera se lo plantean. Y viven muy bien. 


En Supernómadas queremos que cuando la gente vuelva de su viaje, sienta que algo profundo ha cambiado en su alma.

En general, cuando alguien viaja, busca escapar. Salir de la rutina que le envuelve. Evadirse. En cierta manera, no quieren pensar. El objetivo es tumbarse en una playa y relajarse. Nosotros buscamos lo contrario: la idea es que la gente se haga preguntas. Se cuestione a sí mismo. El viaje no tiene por qué ser una experiencia visual: qué bonitos paisajes, qué bar más divertido, qué cena más buena. Un viaje es una experiencia para descubrir un mundo interior también.

Nuestro proyecto tiene que ver con eso: nuestros clientes viajan con guías expertos (los llamamos “líderes”) y se sumergen en un viaje donde lo principal es entender las circunstancias del destino, su cultura, las personas, su forma de ver la vida y, en ese sentido, crecer como persona.


Somos viajeros que acompañamos a otros viajeros.

Como se puede entender, nuestra manera de viajar se aleja de los modelos turísticos tradicionales. Preferimos el turismo sostenible. Partimos solo con lo imprescindible (una ruta base, seguro médico, visados y un soporte de viaje), y vamos creando el resto del viaje entre todos los miembros del grupo. La finalidad de todo esto es integrarnos en los países que visitamos, cuanto más mejor, para indagar lo máximo posible en las culturas y las culturas de cada uno de los rincones por los que pasamos.


La vida es un viaje, no un destino.

No viajamos a la India, Japón o Corea del Norte. El destino es irrelevante. Nosotros improvisamos. Nos salimos de las rutas típicas. Si es necesario sacrificar comodidad, lo hacemos. Creemos que en el viaje también tiene que existir el componente esfuerzo. Un viaje no es necesariamente unas vacaciones. El viaje solo es interesante si hay reflexión.

En muchas ocasiones habrá que dormir en alojamientos básicos, utilizar transporte público o autostop, o comer en hogares de gente de la zona por la que pasemos. 


Gastamos menos y ganamos más.

Pasar el mayor tiempo posible observando, conviviendo y contemplando el estilo de vida de la gente local, de eso van nuestros viajes. Así, de alguna manera, ayudamos a las economías locales. 

Solemos viajar en grupos pequeños, de entre 5 y 10 personas, sobre todo para que la organización sea más eficaz: transporte, entradas, alojamiento sin reserva. De ese modo, ganamos en flexibilidad y libertad. El concepto está muy relacionado con la aventura. Cada día es una sorpresa, una ilusión, no sabemos qué pasará. Es la vida.


Un viaje se hace entre todos los viajeros.

Eso sí, como he comentado, hay un responsable: el líder. Lo hemos seleccionado porque ya ha hecho el viaje y conoce el territorio como la palma de su mano. Pero al final él no es un dictador. Insisto: el viaje se hace entre todos los viajeros. El líder propone, aconseja, coordina sobre la marcha y se encarga de todas las cuestiones de logística y prácticas del viaje, al final no queremos que el viajero tenga más preocupaciones que la de sacarle a todo la emoción. Ojo, las decisiones son consensuadas en grupo siempre. Son viajes democráticos, por decirlo de alguna manera.


Buscamos emociones.

Un tema que me fascina de los viajes que organizamos es cuando lo preparamos. Digamos que tenemos un departamento propio de I+D. Antes de proponer ningún viaje, nos lanzamos nosotros a la aventura para ver qué posibilidades nos aporta el destino. Hay una investigación previa. Nos interesa que exista una emoción especial en cada viaje: una temática que nos sirva de hilo conductor en la historia. No sé, gastronomía, religión, literatura, incluso hemos llegado a proponer un viaje de Pokemon en Japón.

A la gente que le gusta viajar no le llama la atención un destino. Buscan actividad. O mejor dicho, buscan emoción. Si te gusta comer, te interesarás primero por un viaje donde se coma bien, no si es un destino u otro. Ahí está nuestro secreto.


¿Birmania o Myanmar?... Da igual, la cuestión es que es un país excepcional.

Si tuviera que recomendar un país para viajar. Un destino que encaje con la filosofía de Supernómadas, diría que es Birmania.

(El nombre de Birmania o Myanmar es una cuestión política. Durante años se ha llamado Birmania, incluso antes de la colonización inglesa, pero se cambió el nombre en el año 1989, después del Golpe de Estado por el gobierno militar, y pasó a ser Unión de Myanmar. Internamente, una parte del país lo acepta y el otro no.)

En fin, importa muy poco cuál es el nombre oficial. En definitiva aquí lo que importa es que es un viaje muy aconsejable. A mí me tocó el año pasado hacer el viaje a Birmania y estuve una semana viviendo como un monje budista.


¿Qué tiene Birmania?

Sin duda es un país impresionante. Para empezar, tienen una cultura que no tiene nada que ver con la nuestra. Nada. Hace aproximadamente 10 años que se han abierto al mundo. Y se nota. Cuando te mueves por allí se puede observar como las costumbres están frescas todavía, son espontáneas, inocentes incluso. Sonríen sin complejos, son agradables, lo dan todo. No tienen miedo a lo desconocido.

Y me pregunté, cómo podía ser que los birmanos fueran tan generosos. No tenían nada, pero te ofrecían todo: comida, una cama, lo que necesitarás. Así fue como me entró el profundo interés por conocer más a fondo a esta sociedad tan diferente.

Yo tenía claro que nuestra propuesta tenía que ser para viajar entre noviembre y febrero. El calor puede ser sofocante entre marzo y mayo, y la temporada de lluvias entre mayo y octubre puede hacer que el viaje se complique. Siempre podemos ir a las montañas en verano: las temperaturas son más suaves.


Un plan budista en Sagaing.

Decidí viajar en enero. Cogí un vuelo con Emirates a Yangón y, desde allí, un autobús (unas 10 horas) hasta Bagan. Esa zona es el pulmón del budismo. Se respira en el aire. Exploré la zona durante unos días. La llanura de los 2000 templos, el lago Inle y su vida flotante. Más allá del lago y de las montañas se puede alcanzar una región recientemente abierta a los turistas: Loikaw y sus minorías, Kayah y Kayan.

Pero yo me encontré con el viaje por accidente. Andando tranquilamente por Sagaing me tropecé con un monje budista. Era de una timidez curiosa. Con la mirada al final se rompen los prejuicios. Nos caímos bien y acabamos hablando de política. Estuvimos toda la mañana y me propuso que me quedará a vivir unos días en el monasterio. 


Así viví una semana como un monje budista.

En el momento que el monje me invitó a vivir en el monasterio, yo estaba viviendo en un albergue con dos amigas inglesas. El monje me dijo que ellas podían venir también, pero que dormirían en estancias separadas. Estuvieron una noche, pero luego decidieron irse.

Yo me quedé allí en un estado de paz espiritual total.

Me levantaba a las 4 de la madrugada y seguía al monje en su recorrido por la región. Iba con un bol de barro y recogía alimento puerta a puerta. Intercambiaba comida por bendiciones. Es alucinante lo bonito que es el mundo a esa hora. Hay una magia que se te mete en las entrañas. 

En general, la vida de monje dura mínimo 3 meses. Es como un aprendizaje. Es un honor para las familias que te elijan para hacerlo. Viven todos en comunidad. Unos salen a buscar comida, otros rezan o cocinan, otros almacenan los alimentos y organizan el monasterio, otros se dedican a atender a los visitantes. Lo hacen en silencio. Da gusto, no saben lo que es la prisa.

Es una vida contemplativa. Van a otro ritmo. La urgencia no existe. El tiempo es un concepto muy relativo. La religión la tienen tan mezclada en la sangre que lo hacen de forma natural.  

Cuando acabé mi estancia, lo tuve claro: esto lo tiene que vivir más gente. Es algo tan especial, que será nuestro próximo viaje.

Y así preparamos nuestros viajes en Súpernomadas.

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