Qué ver en Vietnam: 6 paradas imprescindibles
Llevaba un tiempo coqueteando con la idea de visitar la anciana y mágica Indochina y, Vietnam encabezaba la lista. Postales de aguas turquesas, templos dedicados a la literatura y aguas mágicas vigiladas por dragones…
Tras unos meses empapándome todo lo que pude acerca de la historia y cultura del país, el día llegó. Una mochila, una cámara réflex y el sagrado chubasquero se convertirían en mis compañeras durante esta aventura de apellido milenario.
Por cierto, te aconsejamos cuál es la mejor época para viajar al sudeste asiático (entre otros destinos Vietnam)
Uno: Hanói, la "París del Este"
Vetusta y caótica, la capital de Vietnam no deja indiferente. Dormir en su barrio histórico es sin duda, una de las mejores opciones para sentir la esencia de esta capital que conjuga mil años de ocupación china con la opulencia francesa. Pasear por el barrio francés es asistir a un desfile de coquetas tiendas, palacios del Art Nouveau y direcciones históricas como el hotel Sofitel Legend Metropole.
Una de las paradas con más encanto a mi paso por la capital vietnamita fue el Templo de la Literatura (Van Mieu). La primera universidad del país y que, a diferencia de otros templos, no rinde homenaje a Buda, sino a Confucio.
La mejor forma de explorar Hanoi es lanzarse a la carretera (aquí apenas existen aceras, y si las encuentras, comprobarás que son una prolongación de las casas de los lugareños o de los comercios). No pueden faltar una visita al Museo de la Prisión, conocido como Hoa Lo, el mausoleo de Ho Chi Minh, el Museo Nacional de Bellas Artes y las pagoda del Pilar Único y Tran Quoc.
Dos: la bahía de Halong, fotografía obligada
Hanói queda atrás y ponemos rumbo hacia el este, camino de una de las paradas más deseadas en el itinerario. La bahía de Halong, que presume de ser una de las maravillas naturales declaradas por la Unesco, es una de esas postales en las que el mar y el cielo se funden en un beso multicolor cuando cae la tarde. Mucho antes, la travesía te regala una idílica estampa de cielos azules e innumerables islotes que, como por arte de magia, van surgiendo del agua.
Puedes navegar por la bahía durante un día y disfrutar de una comida vietnamita con las mejores vistas. La visita se completa con una entrada a una de las cuevas creadas por el viento y las olas del mar. Por supuesto, enseguida te das cuenta de por qué este enclave se ha ganado el título de Patrimonio de la Humanidad.
Tres: un espectáculo de luces llamado Hoi An
No importa cuántas fotos hayas visto o cuántas veces hayas oído hablar de Hoi An. Justo a medio camino entre el norte y el sur, esta bucólica ciudad asomada al río Thu Bon te hará viajar en el tiempo. Pasear por las calles de Hoin An es perderse en la luz que irradian sus miles de farolillos de colores. Una reminiscencia del pasado de la que es difícil no enamorarse a primera vista.
Este pueblo, cuya historia avala la mezcla de influencias china, japonesa y francesa que se respira en sus calles, acoge al viajero entre luces, múltiples sastrerías y una anciana y fascinante arquitectura (su puente cubierto japonés es un tesoro imperdible).
Una mañana en el mercado, una clase de cocina vietnamita, un paseo en bici, una excursión a las Montañas de Mármol (una excursión de medio día en la que hay que desplazarse unos veinte kilómetros dirección Danang)… Hoi An es una de esas paradas en el viaje en la que te dará tiempo a soñar con los ojos abiertos.
Cuatro: Mui Ne, días de relax bajo el sol
Mui Ne es esa parada necesaria junto al mar tras haber dejado atrás el norte, a medida que el húmedo calor del sur empieza a azotar. Mui Ne llamó mi atención precisamente por alejarse del turismo masivo que tanto caracteriza a su vecina Nah Thrang. Playas de dunas y un antiguo pueblo de pescadores se convertirían en la opción perfecta para disfrutar de dos días de relax. Una vez más, sin noticias de la lluvia.
Cinco: el gigante Ho Chi Minh
Llegamos a Saigón. A medida que el bus consigue colarse por las primeras calles, asisto a un desfile de letreros luminosos, edificios que tocan el cielo y la sinfonía inconfundible de los motoristas esquivándose unos a otros. Lejos queda ya la imagen de la clásica Hanói que me recibía hacía una semana, pensé. Efectivamente, Ho Chi Minh es un gigante que poco deja ver de la vieja Saigón. Después de visitar puntos clave como la Catedral de Notre Dame y la oficina de correos, obra del arquitecto francés, Gustave Eiffel, el paseo me llevaría hasta uno de los lugares más significativos de la ciudad: el Museo de la Guerra.
Ho Chi Minh es también la base perfecta para visitar los legendarios túneles subterráneos de Cu Chi (con más de 200 kilómetros), construidos por los vietnamitas para escapar de los estadounidenses durante la guerra. Una increíble obra de ingeniería que sigue intacta a día de hoy y una auténtica cita con la historia.
Tengo las horas contadas en Vietnam y eso significa una cosa: llenar estratégicamente mi mochila de souvenirs. El lugar perfecto para dicha tarea es el mercado más grande de la ciudad: Ben Thanh. Este laberinto de pasillos y puestos en los que se pueden encontrar comestibles y artesanías. Por supuesto, aquí sin regateo, no hay trato.
Seis: la aventura de navegar las aguas del Mekong
Los mercados flotantes del Mekong no esperan. A las cinco de la mañana comienza nuestra aventura por uno de los ríos más importantes de Asia. El Mekong nace en el Tíbet y transcurre a lo largo de seis países por el sudeste asiático a través de unos 4.350 kilómetros.
El sonido de la naturaleza inunda la escena. La vieja barca desfila sigilosamente detrás de casas y palacios chinos y veo como la vida en el Mekong va cobrando vida desde muy temprano. Amanece y cientos de barcos con ojos de dragón nos dan la bienvenida. Comienza el espectáculo. Verduras, marisco, puestos de café, frutas y otros comestibles saltan de barco en barco. Telas, muebles… El Mekong se llena de actividad y yo disparo el objetivo en cada rincón en el que las decadentes aguas del río reviven con los cálidos colores que lucen las mujeres.
Vuelvo a la gran ciudad para dejarme atrapar de nuevo por su ritmo arrollador. Mi vuelo sale en unas horas, el tiempo perfecto para llegar al hotel, cambiarme y poner rumbo al aeropuerto. Y es en ese mismo instante cuando la lluvia nos sorprende a la vieja Saigón y a mí. Me acuerdo del chubasquero que llevo cargando en mi mochila desde el inicio del viaje (y que todavía no he utilizado), y sin saber muy bien por qué, opto por colocarme una última vez mi sombrero cónico del Mekong (en vietnamita es conocido como Nón Lá). Camino hacia el hotel. Por fin llueve en Vietnam.