Viena en 2 días: lo que no hay que perderse
Viena es una de esas ciudades discretas, elegantes, delicadas, que te atraen sin querer. Lo hacen de forma natural. No en vano ha sido elegida por décimo año consecutivo –según el prestigioso ránking "Mercer 2019"– como la ciudad del mundo que mejor calidad de vida ofrece al visitante. No es de extrañar. Tiene de todo. Es una de las ciudades imperiales con más historia y con una de las arquitecturas más espectaculares de toda Europa, hay mucha seguridad, cuenta un calendario cultural muy tentador y se come bastante bien. Un viaje a Viena es ideal para escaparse un par de días –un fin de semana o un puente, por ejemplo– y explorarla a fondo.
Alojamiento y vuelos baratos de España a Viena
No hay que engañarse: Viena no es una ciudad precisamente barata. Volar hasta allí no es tan económico como volar a otras ciudades europeas. Pero tampoco es muy caro, la verdad. De hecho, como el número de visitas de turistas españoles ha aumentado en los últimos años, las tarifas también se han ajustado con vuelos low cost directos de Wizzair o Laudamotion: hemos estado buscando billetes de ida y vuelta para los próximos meses y hay disponibilidad entre 55€ y 170€, dependiendo de la ciudad de salida.
Sin embargo, una buena alternativa es reservar directamente el pack de "vuelo + hotel", ya que se suele ahorrar bastante. Aquí te dejamos una selección de paquetes vacacionales a Viena para que puedas elegir el que más se ajuste a tu gusto y presupuesto.
Nuestra recomendación: Viena está dividida en 23 distritos. El distrit 1 es el Innere Stadt, el centro histórico. Del 2 al 9 son los más próximos al centro, pues se sitúan alrededor del Ringstrasse. Dependiendo de tu presuuesto, lo suyo sería reserva un hotel en alguno de estos 9 distritos especialmente el Innere Stadt, pero también Wieden, Mariahilf o Neubau.
Un buen café por la mañana
Cada maestrillo tiene su librillo. Pero yo diría que no hay nada mejor para empezar el día que un buen café. Te levanta el ánimo. Además es una buena forma de tomarle el pulso a la ciudad. Te sientas en una terracita, ves pasar a la gente y te tomas un melange –especie de capuccino– apaciblemente. Tampoco olvidemos que no es una experiencia cualquiera: las cafeterías de Viena tienen tanta historia que han sido nombradas Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO. Muchos intelectuales, músicos o políticos pasaban allí gran parte de su tiempo y es en las cafeterías donde probablemente se originaron muchas cosas buenas para la humanidad. El Café Landtmann, por poner un ejemplo, era el favorito de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis.
Caminar por el centro histórico
No hay que tener prisa por conocer Viena. Hay que ir paso a paso. Caminar, observar en alto, admirar. Es una ciudad tan majestuosa que ni todo el tiempo del mundo sería suficiente. Recomiendo andar durante horas y perderse. Eso sí, algunos imprescindibles incluyen la Catedral de San Esteban, el Rathaus o ayuntamiento de Viena, el Palacio Imperial Hofburg, el Palacio Belvedere, la Biblioteca Nacional, el Hundertwasserhous, Karlskirche -la iglesia de San Carlos Borromeo- y la casa de Mozart. Quien prefiera relajarse aún más y no caminar mucho, tiene la opción de coger el tranvía y rodear la ciudad por la Ringstrasse, el boulevard de 5 kilómetros que da la vuelta al centro histórico.
Hofburg, Schönbrunn y el mundo de Sissi
De todo este recorrido por el centro del antiguo Imperio Austrohúngaro, hay que detenerse un buen rato en el Palacio de Hofburg. Fue la residencia de los Habsburgo durante más de seis siglos. Allí vivió Isabel de baviera, la mítica Sissi Emperatriz, interpretada por la también mítica actriz Romy Schneider. Entrar en esta majestuosa fortaleza significa sumergirse en el mundo de aquella desgraciada y carismática mujer, en sus habitaciones, observar sus vestidos, las tiaras, leer documentos y cartas, los jardines por los que trotaba con sus caballos, las salas de baile, las enormes lámparas de araña y escuchar el relato del asesinato a manos del anarquista italiano que acabo en su infeliz final. Lo mismo ocurre con el Palacio Schönbrunn (está algo alejado del centro), que era la residencia de verano de la familia imperial, y uno de los edificios barrocos más llamativos del planeta.
El barrio de los Museos
Ten en cuenta que estás en una ciudad culta. Con culta me refiero a que tiene una larga tradición como lugar donde se han cultivado el arte, la música, la ciencia y en general se ha impulsado el desarrollo humano como una forma de vida. Eso mismo es lo que significan los museos. Un lugar de culto. En ese sentido, Viena cuenta con un barrio de 60.000 metros cuadrados –ubicado en los antiguos establos imperiales– que agrupa a unos cuantos espacios dedicados al arte que hay que visitar sí o sí. Lo llaman el QuartierMuseums, entre los que están el Museo Leopold, el Kuntshalle Wien, el Centro de Arquitectura de Viena, y el Museo de Arte Moderno (MUMOK). Pero no podemos dejar de mencionar la Galleria Belvedere, que se encuentra en el palacio del mismo nombre y donde se exhiben las obras de uno de los pintores más genuinos de nuestro tiempo, Gustav Klimt, y una de sus pinturas más aclamadas, El beso.
Comer en el Naschmarkt
Si tienes el paladar bien afinado, aquí tienes una parada obligatoria. Pero si no lo eres, también. Aquí se cuece –nunca mejor dicho– la vida diaria de los vieneses desde que se levantó en el siglo XVI. Se alarga unos 500 metros por Linke Wienseille. Hay de todo y excelente. Todas las regiones de Austria mandan sus mejores productos de proximidad al Naschmarkt, el más grande del país. Quesos de Kemptal, Jamón de Thum o cerdo de Mangalica. Pero también hay especialidades indias y puestos muy apetecibles donde sirven kebabs o falafel. Se puede decir que es un mercadillo gourmet. Merece la pena ir a pasearse por allí –ojo, los sábados suele estar a tope–, oler los aromas que lo sobrevuelan y comer en alguno de sus pequeños restaurantes.
Crucero por el Danubio
Pasear por las orillas del Danubio es una maravilla. Atraviesa la ciudad por el norte y es uno de los puntos más venerados por sus habitantes. Es muy importante para ellos: por allí pasean, comen, corren, se bañan, hacen mucha vida, se enamoran. Hay tours de una o dos horas para recorrer el canal, incluso cenar, pero tal vez es algo aburrido. Una de las excursiones más interesantes es ir hasta Bratislava (que está a 60 kilómetros) en barco con el Twin City Liner. La duración es de unos 75 minutos y cuesta unos 20€.
Catar una tarta Sacher
Hay muchos lugares en Viena donde pedir una tarta Sacher, un bizcocho de chocolate exquisito con mermelada de albaricoque cubierta de una capa glaseada de chocolate. Es el postre estrella de la ciudad. Un manjar. Yo sugiero el Café Mozart para catarla. Aunque no es el café original (ese es el Café Sacher), hay tres motivos que convierten al Mozart en el plan más recomendable: primero porque su decoración es preciosa, cuando entras es como si te trasladaras uno o dos siglos atrás; luego tiene una carta de cafés muy completa para combinar con la ración de Sacher; y, por último, está al lado del Museo Albertina que, con una de las mayores colecciones de arte gráfico del mundo, vale la pena visitar después de la merienda.
Ir a ver una ópera de Mozart
Viena, Mozart y una ópera son tres conceptos inseparables y la mejor manera de disfrutarlas todas juntas es yendo a la Wiener Staatsoper. De hecho, se inauguró en 1869 con la obra Don Giovanni de Mozart, a la que acudieron los emperadores Francisco José y Sissi. Este año se celebra su 150º aniversario y puede que sea una oportunidad excepcional para visitarla. Por cierto, hay un truco para poder conseguir las entradas más baratas: si vas una hora antes de la actuación, en las taquillas que hay al lado de la Ópera, se ponen a la venta entradas a precios súper reducidos. Por 5€ puedes asistir a una ópera de Mozart en Viena. Apúntalo.
La casa de Freud
Recomiendo pasarse por el número 19 de la calle Bergasse y entrar en lo que fue el hogar y la consulta del padre del psicoanálisis durante 30 años. Es curioso porque se conserva muy bien. De hecho la ocupó hasta que tuvo que huir a Londres amenazado por los nazis. Cuando los nazis quemaron sus libros en Berlín, Freud comentó: “Estamos progresando. En la Edad Media me hubieran quemado a mí.” En Londres, por cierto, trasladó su legendario sofá diván, que sigue en la capital inglesa, pero su casa vienesa contiene más de 22.000 piezas, con cartas, libros, escritos, fotos, objetos personales, muebles de la época y, de alguna manera, su espíritu único y genial flota en el ambiente. La entrada cuesta 8,5€.
Un Schnitzel y una jarra de Ottakringer
Para decir adiós a Viena, qué mejor que ir a cenar una Wiener Schnitzel, la joya culinaria de la ciudad: un bistec de ternera o cerdo empanado enorme. Lo acompañas con patatas fritas y a disfrutar. El ritual es pedirlo con una jarra de cerveza. Una magnífica opción es que sea la cerveza local Ottakringer, la más consumida de la ciudad. Ojo, cada mes de septiembre y octubre, Viena celebra un festival de cerveza muy parecida a la Oktoberfest alemana, por si alguien se anima a escaparse.